Parque de diversiones

 

Una vez, estaba controlando tickets en la entrada de una montaña rusa.

La flamante carrocería roja reflejaba destellos en todo su soporte metálico, que nos servía de piso y nos dejaba ciegos cada vez que haciamos contacto visual directo. 

El aire caliente hacía que el carrusel y la rueda de la fortuna se vieran distorsionadas por el calor que emanaba el pavimento. La pantalla electrónica marcaba 22 grados celsius y el sol siempre en modo medio día, como es común en el norte de Australia. 

La jerarquía de los trabajos se medía por cuánta sombra y derecho a sentarse tuvieras. Yo estaba jodida pero mi compañera estaba peor, tocando el metal que por momentos hervía y derretía las suelas de su calzado, controlando los cinturones de seguridad.

Estaba concentrada en nuestra propia miseria, cuando me di cuenta que estaba comenzando un nuevo circuito y llega niño que venía con los tickets apretados fuertemente en su pequeña mano.  

Temblando de emoción, alzó su cabecita y debajo su gorra de "Go Wallabies", con una sonrisa enorme y los típicos ojos desorbitados, que sólo felicidad de la infancia te da, me dijo: 

-¡Este debe ser el mejor trabajo del mundo! 😍.

El papá que venía atrás, hizo una mueca de risa y devolvió la vista al piso. 

Un segundo eterno para mi, donde me esperaba una ilusión que romper o confirmar. Entonces le dije:

- Sí y lo mejor es que me puedo subir gratis. 

Sonriendole como un espejo. 


Me entregó los boletos. Corrió al asiento y mi compañera les ajustó el cinturón de seguridad. 


Era cierto, al menos en ese momento, ese trabajo había sido el mejor del mundo. 



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