Malabares con fuego! Ya!

Malabares con fuego! Ya!


Esta noche cueste lo que cueste tenemos que quemar, esos miedos, sin llorar verlos quemar!
Yo solté a los leones mis temores con deshielo, y sufrí las quemasones de haberlos traído hasta acá kilómetros y kilómetros.
Cuando subía el Machu Picchu me preguntaba qué es lo que traigo en la mochila que se me ha hecho tan pesada?
Y la abría cada un kilómetro, y sacaba: las remeras, las medias, los gorros. Cada un kilómetro dejaba, y regalaba, las cosas que me parecía que sobraban.
Hasta que empece a dejar las cosas que hasta me eran necesarias, y deje así, la cantimplora, el protector solar, las gafas, las gazas que nunca use, el reloj, la linterna y la visera. 
No importaba lo que llevara, pasaban las horas, la mochila pesaba y yo me quejaba. El viaje no era lo que había planeado, lo que me había replanteado, lo que fácil antes me había resultado. 
Tuve que parar, pesaba mucho. Era todo sólido, no tenía aire, era toda tierra.
 Yo que siempre volé y volaba, me sentía atada a la tierra, cada paso unas raíces me crecían en la planta de los pies y se me tenía entre esos altos y anchos escalones. Entonces dije: 
- la puta, voy a tener que parar.
La gente me molestaba, y la compañía me ahogaba y la soledad me mataba, cuando me quedaba sola conmigo ni yo me aguantaba. 
Y entonces me dí cuenta que no era la mochila, no era que no había elegido la ropa adecuado, no era el agua. Eran los rencores qué llevaba, que andaba a cuesta con el odio, que me había atado un ancla, y mi mochila tan pesada, empezaba en la cabeza y en el corazón me terminaba.
Y en una piedra me senté a descansar, una gota de sudor me entró en el ojo. Y me reía sola, y ahí, amaneció.
Ví salir el Sol, a mitad de Machu Picchu, no en la cima como había planeado,  ví salir el sol a mitad de camino. Es decir, lo ví. En serio.
Y claro, como no me iba a reír?  Yo era la pesada. Miraba ese Sol, y bajaba la vista, y cerraba los ojos y veía malabares de fuego argentinos. 
Y el corazón, amigo, me latía tanto. Pensé que me iba a morir, pero era exactamente al revés. Había cazado mi ritmo, mi propio ritmo. 
¿Sabes como me suavice? Ese Sol peruano y del mundo me derritió. Aproveche la intensidad y en un aguayo puse a secar todo, todo eso feo el Sol lo quemo, porque lo entregué. Porque no era mío, primero que nada. Se habían quedado tanto conmigo que por momento pensé que sí, y alguna vez llegue a decir:  
"- y yo soy así, medio triste. Me gusta la melancolía. Me gustan los problemas. Yo soy así, tengo mal carácter, mal genio. No tengo algo mío''. 
Excusas. Mujer, ciega, negada, convencida de miedo. Comprada.
Entendes? Lo entregué, entregue todos los miedos, y me dí cuenta que antes los cuidaba, como una hija de puta los cuidaba en vez de cuidar las cosas buenas cuidaba los miedos para que no desaparecieran, necia...pero esa Montaña se los tragó.
Qué digo se los tragó: se los cogió!  
Esa Montaña, ese Sol, no jugaba a pequeñeces. Se encargó de todo tan fácil. Entro en mi, se apoderó, me empoderó y el Sol te juro se me salía por los ojos, Dios mío, creía en Dios, creía en mi. 
Y me reía de tanto que sentía, miraba para todos lados a ver si había alguien más que sintiera lo que yo, quería que apareciera alguien que no fuera uno de esos franceses que no hablan ni una gota de español, quería sobre todo un argentino para decirle: "Boludo vos estás flashando lo mismo?"
Pero tuve que hacerle frente porque ese regalo era para mi, y la carta de cagona no la pude usar más. 
No era joda lo del Machu Picchu, no era joda mucho menos viajar, no era joda abrir la puerta y cerrar la otra. Era posta, entregarse, aceptar, admitir, creer, viajar: funcionaba. Funciona! 
Y mire mis miedos de afuera de la cancha, y me les reí. Y me di cuenta que, por muchas cosas, no eran míos, no eran innatos, y los mandé a tomar por culo como me dijo un español, los mande para otro lado, El Sol y la Montaña los asesinaron.
Pero vendrán otros, pero esta vez voy a estar atenta. Tengo todo para combatir. 



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