JORNADA AMIGOS DEL VIENTO! Silencio total: un cuento de Loreana Vargas



Era el año 2011. Una ridícula cantidad de malos augurios, azoto esa falsa “felicidad” por haber llegado a mi cumpleaños numero treinta.
Cada cumpleaños se convirtió en un trofeo más que solo acumulados  absurdamente  en un estante.
SIEMPRE CREI QUE MORIRIA ANTES… 
Festejé el aniversario de mi nacimiento de la mejor manera posible… teniendo sexo con Gonzalo. Cosa que a pesar de ser enfermizamente placentera, me hacia sentir vacía y hueca. 
Cada sentimiento rebotaba dentro de mí como un eco…
A causa de esto, me atraía ferozmente…
En esos encuentros  nunca faltaban los excesos, el sexo, drogas de las permitidas y de las no tanto,   gente usada como instrumento de auto placer. 
No sé si gente o sólo “satisfacción con alma” como ocasionalmente los llamábamos… 
Tanta lujuria concentrada no le era permitida a un solo mortal… seguramente algún día tendríamos que pagar ese precio.
Salí del departamento  con un sentimiento que rebotaba entre  el placer y la culpa…
Esperé apenas 3 segundos el ascensor, normalmente acumulo esos tiempos muertos en un contador imaginario donde van aquellos momentos que no sirvieron para nada.
Llevaba aproximadamente  23 horas, 17 minutos y 56 segundos, que en ese momento se convirtieron en  59 segundos.
Las puertas del ascensor se abrieron, entré mirando el suelo como era mi costumbre, cuando decidí levantar la vista, pude comprobar el más perturbante  espectáculo.
Una mujer desconocida hasta ese momento, me sonreía desde el reflejo que devolvía el espejo del ascensor…
Estaba vestida como yo, se movía como yo, su altura coincidía con la mía, no así su rostro, ni su actitud.
Me  asuste…  ¿estaba soñando?
Esa mujer, tenia grandes ojeras que enmarcaban lo extraño del hecho de que su mirada no correspondía a la mía…
Aún seguía creyendo inútilmente en la posibilidad de estar dormida por lo ridículo e imposible de la situación.
Me quedé petrificada, una sensación me recorrió desde la coronilla hasta el final de mi columna vertebral. Pude sentir como un liquido frio recorría cada parte de mi ser empapándome desde adentro… 
Ese liquido era oscuro y denso, y a su paso, como un tsunami, iba llevándose todo, dejando nada…
La boca se me lleno de agua, como deseando algo o como cuando tenés  ganas de vomitar. 
Cerré los ojos por unos segundos, que fue lo que demoró en llegar el ascensor a destino, el contador de tiempos muertos, se había  incrementado en cinco…
Al abrirlos nuevamente,  confirmé que esa mujer que estaba parada frente a mí, seguía esperando a copiar mis movimientos.
Una mueca de burla comenzaba a aparecer en su cara, empecé a sentir terror… ¿seria posible que alguien mas presenciara lo que estaba pasando? 
Bajé  y corrí desesperadamente desde el ascensor hasta la puerta. Una vez afuera, tuve la falsa sensación de estar a salvo, la calle estaba llena de gente, de ruido e imágenes típicas de un lunes por la mañana.
Cientos de personas, circulaban como caballitos de calesita que giran indefinidamente sin llegar a un lugar en concreto.
Cada uno odiando su patética y monótona vida, odiando a sus esposos, hijos, trabajo, mascota. Odiando la calle, el trafico, al tiempo…
Me uní a ellos…
Llegué a mi trabajo, solo para recibir la noticia de  que mis compañeros me esperaban reunidos para felicitarme  por ese nuevo año transcurrido, actitud que me producía incomodidad y hasta asco…
No me sentía parte de ese circo de animales patéticos y flacos.
Miraba desde afuera mientras uno a uno, emitía obligatorias  y absurdas felicitaciones, que nadie, pero nadie, deseaba realmente emitir o recibir.
¿Quién desea realmente felicitar a alguien por estar vivo un año  más?… porque a fin de cuentas es sólo eso.
Escapé como pude de todo el bullicio, todo gracias a la torta que devoraron casi compulsivamente  (cosa que era acostumbrada en el ámbito de la oficina, cada  cumpleaños, bautismos, casamientos, nacimientos, etc).
En resumidas cuentas,  gente comportándose como una legión de anoréxicas que nunca decide vomitar. 
Logre inadvertidamente huir de esa patética escena, a fin de cuentas, nadie  notaría mi ausencia, no me sorprendió la situación.
Incalculable cantidad de veces había puesto mil excusas para evitar las reuniones extra laborales con la gente de la oficina.
Cenas, almuerzos, horas de paddle, cumpleaños de los hijos de mi jefe.
Reuniones patéticas  con gente despreciable a la cual obligatoriamente debía ver entre ocho y diez horas diarias.
¿Quién en su sano juicio, desearía verles sus desagradables rostros solo por gusto?
Sólo quería llegar  a casa y encontrar a Pablo, su compañía me daba paz, me completaba.
Esa mañana, evite enérgicamente entrar al baño o simplemente pararme frente a un espejo…
Cuando no pude soportar más las ganas de orinar, utilicé el baño del depósito que tenía un conveniente y diminuto espejo fácil de evitar.
Llegué a casa, y ahí estaba él, con su sonrisa, sin pedir explicaciones, solo esperando… esperándome.
Aunque lo amaba enérgicamente, no dudaba en engañarlo innumerable cantidad de veces con Gonzalo. 
Nos besamos, tuvimos sexo o hicimos el amor, como él prefería llamarlo.
Me sentía sucia, mi piel aun olía a la noche anterior ,a Gonzalo, a lujuria, a otros cuerpos, a recuerdos, a engaño… eso me excitaba más.
Mientras hacíamos el amor con Pablo, me imaginaba a  Gonzalo, a la mujer del reflejo y a mí, cogiéndonos brutalmente, dándonos placer, asfixiándonos, pegándonos, atándonos…
No podía evitar las incalculables imágenes que rondaban mi cabeza.
Una orgia de seres absurdos y descerebrados, bailaban el más enérgico jazz, usando como instrumento su sexo.
Me avergonzaba mi oscuridad, me daba culpa el hecho de lastimar a Pablo, no podía  permitírmelo, el era mi todo, era quizás lo único bello en mi vida.
Por mas que me lo proponía una y mil veces, no podía negarme a los enfermizos  cronogramas de Gonzalo.
Nuevamente me encontraba en su departamento, el  todas sus más terribles perversiones, y yo… 
Me proponía a diario la posibilidad de negarme a sus llamados, aunque me era imposible negarme, estaba enferma de Gonzalo, sufría de él.
Sufría de él, era una enfermedad incurable, sabias que te carcomía las entrañas como el peor cáncer. 
Una mancha que te percudía, desde adentro.
Una peligrosa droga imposible de dejar.
Una atractiva mujer, era la dueña sus días y noches, salvo contadas horas en las que yo jugaba a que su piel, su sexo y boca, me pertenecían.  
Ella se llamaba Elena, una esbelta bailarina de ballet. Hermosa, frágil, era su ser preferido desde hace 10 años. 
Verla bailar enamoraba a cualquiera, la envidiaba por eso, y por ser a quien Gonzalo amaba hasta lo más profundo de su ser, como reiteradas veces me decía post sexo.
La envidia, de a poco, se fue transformando en odio.
Encontré placer en odiar algo bello,  algo que yo no era…
Una y mil veces imaginaba a Pablo y Elena enamorándose entre ellos, siendo felices y tiernos, mientras que Gonzalo y yo, estallábamos de placer en alguna orgia casual.
Volvía a odiar a Elena, por ser capaz de quitarme lo único bello que quedaba en mi ser… a Pablo.
Ella era capaz de enamorarlo, aunque no pensaba permitírselo…
Para ella era simple tener todo lo que yo anhelaba y no podía tener. Talento, belleza, dulzura, y el tan sobrevaluado amor de Gonzalo .
Un día, decidí espiarla a la salida del teatro.
Esperé  horas sentada no sé con qué intención, verla moverse quizás, hablar, saludar, ser afectuosa, disfrutar todo aquello que se me había negado a mi, por el simple devenir de la vida.
Me di vergüenza observándola tímidamente desde una cuadra de distancia, la seguí un par de metros, intentando copiar sus gestos y movimientos.
Imagine  que la  golpeaba salvajemente  hasta provocarle la muerte, la vi atropellada por un auto que yo conducía, la vi siendo asaltada golpeada y abusada…
Todo se presentaba como instantáneas  escupidas por una macabra polaroid, en un microsegundo, no había tiempos muertos, cada momento era asaltado por todas esas imágenes.
Mientras seguía tras ella, pase frente a una vidriera, que absurdamente intente  evitar…
Nuevamente  esa mujer apareció, solo que esta vez, no se avergonzaba,  todo lo opuesto sucedía. Me miraba fijamente a los ojos… era lo que se podría llamar mi reflejo, solo estaba el pequeño detalle de no ser aquel que me acompaño por 29 años. ¿Quién era ella? ¿quién era yo? ¿ella era la correcta acaso?
Me quede varios minutos observando a la espera de reconocerla, o de despertar. El mundo había desaparecido mientras que ella y yo, nos encontrábamos frente a frente.
La miraba corresponder a cada uno de mis movimientos… su mirada, estaba fija en la mía.
Me observaba, con tanto odio como le era posible, me miraba como yo miraba a Elena, me miraba como me miraría Pablo si supiera todo lo que mi contiene mi cabeza.
¿Por qué ahora?
¿Por qué  aparecía así, sin mas razón que la de odiarme desde mi reflejo?
¿Siempre fui ella y no me di cuenta?  ¿se había alterado mi percepción antes o actualmente?
Llegué  a casa, y tuve  la sensación de que Pablo no me estaba como siempre…
¿Era mi imaginación o el también veía a esa otra mujer y no se anima a decirlo?
Permanecimos todo el tiempo distantes y en silencio, solo fugases roces y  miradas que duraban segundos, o era imposible evitarlas… 
Sonó el celular, era Gonzalo …
Me fui sin decir a donde, me fui sin despedirme de Pablo.
Evite pasar por el baño antes de salir, evite completamente todo tipo de contacto visual con un espejo o vidrio.
Llegue a su departamento, solo para descubrir que se encontraba ella a su lado… no entendía lo que estaba sucediendo.
Por unos segundos, imagine que seria otra de “las ideas” que solían ocurrírsele…
Elena lucía apagada, sus ojos estaban hinchados, imagino que de llorar… Gonzalo estaba parado tras ella, con su mano derecha en el hombro.
De un momento a otro, se arrodillo frente ella, y comenzó a llorar…
 Le pedía innumerables cantidad de veces perdón…En ese momento, aun intentaba evadir las posibles razones de tan perturbante encuentro…
Ella sabía todo, sabia de  nuestros encuentros, de nuestras aventuras, de nuestros excesos…
Por un breve momento perdí el conocimiento, algo muy parecido a desmayarme, segundos antes de esto, sentí muchas ganas de correr a abrazar a Pablo, y decirle que no iba a volver a engañarlo…
Pero ya era tarde, los segundos que duro ese desmallo, no entraron en el contador de tiempos muertos, algo había pasado, y no fueron segundos malgastados…
Desperté y mis manos estaban cubiertas de sangre, una tijera teñida de rojo estaba en el suelo. Junto al cuerpo de Elena y el de Gonzalo, sobre ellos, la más cruel canción estaba escrita en una partitura de cortes y fluidos…
Lavé  mis manos en la cocina, evitando el espejo del baño.
Tomé el ascensor como acostumbraba. Al entrar, admito que no me sorprendió, estaba ella  parada frente a mi.
Una vez más, esa mujer estaba ahí, bañada en sangre, con la tijera aun en sus manos, todo era rojo, hasta sus ojos, que parecían encendidos en odio, rencor, y venganza.
Necesitaba de Pablo, necesitaba de sus brazos y de su consuelo. Era el único que me daba paz, el me iba a hacer olvidar de lo horrible que  había sucedido.
Algo oscuro había salido de lo mas profundo de mi ser, algo que no pude controlar, como la mayoría de mis actos.
Siempre tuve la sensación de verme hacer cosas como una espectadora. Cosas  que luego me avergonzaban, verme haciendo cosas horribles, que luego olvidaba.
Llegue al departamento que compartía con Pablo, busque en cada rincón y no lo encontré, grite miles de veces su nombre… el no estaba
De golpe comencé a escuchar  gritos que salían desde atrás de mis ojos, desde el interior de mis oídos, mi boca, mi nariz, no podía evitar oírlos.
Abri la puerta del placard, no estaban sus cosas. Sus perfumes, sus camisas, sus pantalones, sus libros, había quitado todas las fotos en las que estaba.
Miré el espejo de la puerta donde Pablo cada mañana verificaba el estado de su corbata.
Para mi sorpresa, ante el espejo, estaba yo, la de siempre.
El reflejo que me acompañó  29 años había vuelto,  bañada en sangre, tijera en mano, y con la misma mirada con la que aquella desconocida me observaba desde el ascensor de Gonzalo… 
Era la de siempre, pero con otra actitud. No quedaba ni un dejo de aquella que era… no me asuste, solo hasta comprobar, que detrás de la que estaba frente a mi, se encontraba Pablo, con la cara entre las manos,  y llorando.
Me  voltee con la esperanza de encontrarlo tras de mi, pero no estaba, estaba  llorando tras ella.
Luego de mirarme  fijamente,  giro…  la tijera ensangrentada aún seguía en su mano…
Sin el mínimo de duda, enterró  veinticuatro veces la tijera en su pecho… el no oponía ningún tipo de resistencia… no la miraba, me miraba a mi que permanecía inmóvil ante lo que estaba sucediendo.
Veinticuatro fueron las horas acumuladas  que dio mi reloj de tiempos muertos… 
No pude hacer nada…
Ella volvió su cara a mi, sonrió burlonamente, y se coloco  donde se paran los reflejos…FRENTE A NOSOTROS MISMOS.

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